Biografia de Santa Rita de Casia

 

    Unos señores muy ricos, de un pueblo cerca de Casia, tuvieron una niña a la que bautizaron con el nombre de Rita.
    Desde su nacimiento rodearon a la niña de doncellas que la vistieron de oro, de seda y de toda clase de lujos y comodidades.

    Pero como sus padres eran muy buenos cristianos, tuvieron especial cuidado en educarla en la virtud y enseñarle, sobre todo, el amor de Dios.

    Por eso Rita ninguna cosa apreciaba ni nada quería tanto como el Crucifijo, que es el retrato del amor de Dios.

    El oro, la seda y todo el lujo que le ofrecían los consideraba como basura que sólo sirve para manchar el alma y nos apartan de Dios. 

Cuando Rita fue mayor, sus padres quisieron casarla, pero ella, puesta de rodillas y con lágrimas en los ojos, dijo a sus padres que no quería casarse, porque había ofrecido todo su amor a Dios y quería continuar amándole sólo a El, entrando de monja en un convento.
    Pero como el muchacho que la pretendía era guapo, rico y parecía bueno, los padres de Rita la obligaron a casarse con él.

    Los padres de Santa Rita, aunque eran buenos, se equivocaron e hicieron muy mal en obligarla a casarse en contra de su voluntad.  Pues más tarde Rita tuvo que sufrir mucho con su marido, ya que sólo quería jugar y divertirse, sin preocuparse nada de su hogar.

Santa Rita tuvo que sufrir mucho con su marido porque era un sinvergüenza y la trataba muy mal.  A menudo se burlaba de ella y la pegaba. No obstante, Rita todo lo sufría con paciencia y a los insultos del marido ella respondía con dulzura y con las más delicadas atenciones.
    Rita comprendió que lo que tenía que hacer era callar, sufrir y rezar. Nada alteraba la dulzura infinita de su alma: a los insultos contestaba con amables sonrisas, y a las infidelidades con muestras de un cariño imperturbable. Y de esta forma, con muchos sufrimientos y con mucha dulzura, después de muchos años, logró que su esposo mejorara un poco de carácter. 

 Después de muchos años de sacrificios; después de haber llorado y rezado muchísimo, Rita consigue que su esposo se haga bueno. Entonces ella se siente feliz, no tanto porque ya no la insulta ni la pega, sino porque así convertido podrá salvar su alma.  Pero esa felicidad le va a durar muy poco, porque apenas llevaba algún tiempo convertido, cuando un día apareció asesinado.
    Incierta como estaba de la salvación de su marido, Rita redobla sus penitencias y oraciones, rogando a Dios por su esposo, para que no permitiese que se hubiese condenado. Pero un día se le apareció el Señor y le reveló que su marido se había salvado. 

Santa Rita tenía dos hijos que querían mucho a su padre: por eso en el momento en que supieron que había sido asesinado, juraron que matarían al asesino. Rita lloró, suplicó e hizo cuanto pudo para que sus hijos se arrepintieran y no llevaran adelante aquel propósito; y viendo que no lo conseguía hizo a Dios esta petición:
    "Dios mío, Tú sabes cuánto quiero a mis hijos, pero prefiero verlos muertos a que sean unos asesinos".

    Dios escuchó la oración de la Santa, y sus hijos murieron muy pronto, arrepentidos de sus propósitos criminales. Rita sufrió mucho, pero dió gracias a Dios porque había escuchado su oración. 

Al quedar sola en el mundo, Rita volvió a sentir deseos de consagrarse a Dios en el estado religioso. Con estos deseos se dirigió al convento de las Madres Agustinas de Casia; pero por su condición de viuda no la admitieron.
    A Rita ninguna cosa del mundo le llenaba. Era verdad en ella la frase de San Agustín:

    "Señor, nos has hecho para Tí, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí"

Desde entonces, Rita, en su casa, vive como una monja. Dedicada a la oración y a la penitencia, pasa las horas y los días.
    Una noche, mientras oraba, se le aparecieron San Agustín, San Juan Bautista y San Nicolás, y cariñosamente le dijeron:

"Rita, ven con nosotros al convento de las monjas. Nosotros te introduciremos en él".

    Y en un instante Rita se encontró dentro del convento sin saber por dónde había entrado.

    Las monjas que la encuentran dentro y vieron el gran milagro, gustosas la admitieron en su compañia, con indecible alegría.

La Santa, una vez en el convento, procuró destacarse en la obediencia y en la humildad. Recordando las palabras de Jesucristo, que dijo:
   "No vine a que me sirvan, sino a servir a los demás".
    Así Santa Rita se portaba como si fuera sierva de todas.

    La superiora, para probar su obediencia, le mandó que regase todos los días un sarmiento seco que había clavado en un rincón del patio. La Santa cumplió todos los días, obediente, el encargo, entre las sonrisas de las demás. El Señor quiso premiar este gesto de obediencia de la Santa, haciendo que el sarmiento seco, en vez de pudrirse con tanta agua, reverdeciese cubriéndose de hojas y convirtiéndose en un hermoso parral. Aún hoy, después de tantos siglos, continúas produciendo grandes racimos de un sabor especial.

El Crucifijo, desde su niñez, fue la devoción preferida de la Santa. Después, ya en el convento, el amor al crucifijo fue creciendo más y más, naciendo en ella un deseo ardiente de poder, de alguna manera, corresponder al amor de aquel gran Amor.
    Jesús, desde la Cruz, sufriendo voluntariamente por nosotros, nos demostró la grandeza de su amor. Por eso Santa Rita se alegraba en todas las ocasiones que se le ofrecía la ocasión de poder sufrir algo por amor de Dios.

    Tanto era lo que deseaba sufrir por amor de Dios que un día, mientras le pedía al Dios Crucificado que le hiciese participar de sus dolores, se desprendió del Crucifijo una espina y se clavó en la frente de la Santa, produciéndole una llaga que jamás con ninguna medicina se pudo curar.

Santa Rita era muy cariñosa con los pobres y procuraba socorrerlos siempre en todo lo que podía. Se sentía dichosa en poderlos atender dándoles vestidos y alimentos, y cuando había alguna necesidad que no podía atender, sufría más que los mismos pobres de no poderlos ayudar.
    Como los alimentos les daba también buenos consejos, hablándoles con inefable dulzura, y preocupándose más aún de sus almas que de sus cuerpos. Todos la amaban y respetaban porque sabían de verdad que les daba todo lo que tenía. 

El año de 1450 el Papa lo declaró año jubilar. Todos los que durante ese año fuesen en peregrinación a Roma ganarían innumerables indulgencias.
    Todas las monjitas, deseosas de ganar indulgencias, querían ir a Roma en peregrinación. También Santa rita pidió permiso a su superiora para ir a la peregrinación. Pero la superiora le dijo que con esa asquerosa herida de la frente no podía salir de casa. Entonces Santa Rita pidió a Dios que por algún tiempo hiciese desaparecer la herida para poder ir a ganar las indulgencias del jubileo. Dios oyó los deseos de Santa Rita y la herida desapareció milagrosamente, pero solamente mientras duró  la peregrinación. Habiendo regresado a casa la herida volvió a aparecer en su frente.

Una desconocida enfermedad la obligó a guardar cama durante cuatro años, entre indecibles dolores. Pero la Santa Rita se sentía feliz de poder ofrecer aquellos dolores a su Amado el Señor Crucificado. Cuanto más padecía, más deseaba padecer. Jesus y María, que desde el cielo la estaban viendo sufrir, con tanta alegría y tanto amor, se le aparecen momentos antes de morir, rodeados de ángeles que recogen su alma y entre perfumes de rosas y música celestial se la llevan al cielo. Allí está ahora gozando de indescriptiblemente  felicidad, por los siglos de todos los siglos. Numerosos enfermos que se acercaron a tocar su cuerpo, quedaron repentinamente curados.
    Es la abogada de los casos imposibles, porque "para Dios todas las cosas son posibles" y se complace en conceder, por mediación de Santa rita, muchas cosas que humanamente hablando no serían posibles.

 

 


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